–Mire
usted, señor, yo me encontraba tan tranquilamente desayunando en mi casa,
solita como siempre, cuando de repente aparece por el otro extremo de la mesa,
asomando la cabecita por encima de un periódico viejo que allí había, uno de
esos bichos tan asquerosos y que tanto repelús me dan. Y claro, qué iba a hacer
yo; agarré con fuerza la tabla de madera de cortar el pan, que era lo que más a
mano tenía, y me lié a testarazo... ¡toma, toma, y toma, cucaracha inmunda,
para que no vuelvas más por aquí!... bueno, no vea, un numerito, que allí la
dejé con la cabeza destrozada y chorreando esa cosa viscosa y repugnante que
esos bichos echan cuando se les aplasta. ¡Qué fatiga me dio! ¿Comprende usted,
verdad?
–¿Tiene
el señor fiscal alguna otra pregunta para la acusada?
–Sí,
señoría, una más. Señora Bermúdez, ¿amó usted alguna vez a su marido?
–Perdón...
no entiendo... ¿marido?... ¿qué marido?
–No
hay más preguntas.
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