A Tomás siempre le había apasionado la bicicleta, era una
afición heredada de su padre, quien participaba en algunas pruebas locales, e
incluso llegó a inscribirse en un club de ciclismo profesional, siendo gregario
de las figuras de aquel entonces, como un tal OCAÑA, que al parecer llegó a
ganar el Tour de Francia, pero Tomás esos tiempos no los había conocido.
Para él era una modesta afición que practicaba con entusiasmo
los domingos, y le permitía liberarse de la rutina del trabajo diario y de los
agobios de la gran ciudad. Pedaleaba durante 60 ú 80 Kms., cada día en
diferentes direcciones, para que el paisaje fuera cambiante y así poder
disfrutar de la naturaleza.
Un domingo de marzo, cuando la primavera empezaba a
estallar, paro su pedaleo para asistir a
otro ciclista que al parecer había pinchado y estaba varado en el arcén
esperando ayuda. La solidaridad y mutua ayuda entre los deportistas era algo
que Tomás llevaba siempre a rajatabla, pues ya en alguna ocasión también a él
le habían echado una mano por cámaras pinchadas o cadenas rotas.
Cuando se acercó al compañero, observó que bajo el casco
obligatorio, se escondía una preciosa cabellera rubia, y detrás del maillot
ajustado, unos magníficos pechos de mujer reclamaban su libertad, se trataba de
EVA, quien se presentó a si misma como una mujer deportista, moderna, educada y
agradecida.
Entre ambos surgió rápidamente una amistad que el tiempo se
ocupó de convertir, sin casi advertirlo ellos, en un amor forjado a ritmo de
pedales y consumado sobre las frescas hierbas de valles serranos que
disfrutaban juntos. Su relación fue creciendo y pronto se fueron a vivir juntos
y planearon un futuro en común.
Dos años después a EVA le diagnosticaron un tumor maligno y
seis meses más tarde fallecía, entre el dolor de TOMAS y de su familia, que
vieron impotentes cómo no se podía hacer nada por evitarlo.
TOMAS retomó la práctica del deporte ciclista que había
dejado abandonada para dedicarse a EVA durante esos duros meses. Ahora lo hacía
para liberar su mente de recuerdos que un día fueron felices y ahora le
resultaban muy amargos.
Sin querer un domingo se dirigió hacia el acantilado costero,
del que tantas veces había disfrutado, y al llegar a su borde lanzó la bici al
vacío como muestra de inconformismo con lo que el destino le había reservado,
lo que no hizo, porque pensó que así el acto quedaba más garantizado, fue
apearse previamente de la bicicleta.
Ufff, qué duro. Con lo bien que empezó...
ResponderEliminarYa estaba bien de escribir siempre sandeces
EliminarLo que dijimos en clase, sentimos al final como nos caemos con Tomás y su bicicleta.
ResponderEliminar¿Clase, qué clase?
EliminarLa que nos diste, señor narrador ;-)
EliminarMe gusta como te quedó esta narración de Tomás y su bicicleta
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