Hoy más que nunca recuerdo las
palabras de Nieves Vázquez Recio en su taller de creación literaria en la
Universidad de Cádiz. “Los cuentos hay que espesarlos”, decía, y con esto explicaba
que los textos escritos hay que dejarlos reposar y retomarlos cuando ya casi no
son tuyos, cuando aún queda la posibilidad de cambiarles una coma, eliminar un
adjetivo o modificar un párrafo rechinante. Nada puede explicar tan nítidamente
este hecho como Eduardo Formanti con el título de su libro de relatos: Cuentos abandonados, magnífica obra donde se reconoce perfectamente el trabajo de refinación
literaria en cada uno de sus párrafos.
En aquel curso que mencionaba
antes, allá por abril de 2009, llegué a la conclusión de que mi novela El
misterio del pozo masconato (Los años de la ballena) necesitaba ese poso a pesar
de mi urgencia novata por verla publicada. Al mes siguiente la registré en el Registro
de la Propiedad Intelectual (casi seis años tiene ya la criatura), pero este tiempo
transcurrido no ha sido en vano. La distribución de los capítulos fue uno de
esos cambios, aunque los personajes no han cambiado un ápice y las situaciones narradas
son las originales. Reconozco que alguna que otra esquirla ha saltado al paso
de la lima de la revisión en un trabajo lento y a veces complicado, pero son
tantas las satisfacciones que estoy recibiendo ahora que os puedo asegurar que
ha merecido la pena.
Quizás esta ballena me haya dado también alguna que otra lección de vida, bienvenida sea.
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